Las mujeres del pueblo ainu bordan desde hace
milenios los mismos motivos geométricos en sus trajes. Bordar es para ellas una
actividad religiosa en la que cada puntada representa una “oración de las
mujeres” (onnatachi no inori). Bordan para proteger a sus seres queridos
de los espíritus malignos que acechan a la familia: las enfermedades, la
pobreza y la marginación. Cuando se habla de actividad religiosa debe pensarse
en el sentido primario del término: re- intensamente y ligare- atar,
amarrar, unir. En el acto del bordado las mujeres ainu se amarran
entre ellas, se amarran a su familia a la que protegen y se amarran al kamui (espíritu
divino) que yace en todo.
Cuando bordo los nombres de las víctimas de la
violencia en México me estoy amarrando a ellas, a su sufrimiento cuando
murieron, a la incertidumbre de su desaparición. Me estoy amarrando a las
familias que al buscar a sus desaparecidos o pedir justicia por sus muertos
sólo desean, como las mujeres ainu, protegerlos. Me estoy amarrando a mí misma:
a mí que vivo en un país desgarrado, que no comprendo tanta sangre, que no sé
cómo asimilar tanto dolor cotidiano. Mis puntadas son onnatachi no
inori, oraciones por las familias de los asesinados, oraciones por la
aparición con vida de los desaparecidos.
Las tierras del pueblo ainu fueron anexadas a
Japón en el siglo XIX. Entonces las mujeres bordaron también para mantener la
memoria identitaria de su pueblo que poco a poco perdía su lengua y sus
costumbres. También en eso veo mi bordado reflejado en el suyo: bordo por la
memoria. Las fotos se olvidan; las imágenes de los noticieros se apagan en la
noche; en las redes sociales la foto de un desaparecido al que busca su familia
se hunde bajo toneladas de información. Ante lo efímero de la memoria actual,
ante la avalancha de datos estadísticos, yo bordo.
Ante
el dolor, bordo. Ante el olvido, bordo.
Por
mí, por ellos, por sus familias, bordo.
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